Los materiales son diversos: un museo de dinosaurios, relatos de sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, los hallazgos de unos paleontólogos, algunas fotografías, libros, cartografías, ruinas de un anfiteatro nazi y las memorias de los insurgentes de Silesia. Los motivos de la indagación son dos: volver sobre la figura del abuelo de la protagonista –una extensión imaginaria de la realizadora– y también especular sobre la relación entre la geografía y el tiempo. El lugar elegido es Krasiejów, ahora una aldea de Polonia, décadas atrás territorio alemán, más atrás en el tiempo, jurisdicción de Bohemia y Prusia. Henrich razona lúdicamente con estos elementos lo intrincado que puede ser tener certezas en materia histórica, incluso si se trata de averiguar sobre el pasado de un familiar, aprendizaje que le permite pensar a su doble en el film sobre las contingencias de todo lo que sucede a su alrededor mientras pasea por el pueblo, habla con sus habitantes y especula sobre todo lo que ve y escucha. Si la Historia no es un palimpsesto es porque la obstinación por saber vence al olvido y las mutaciones inesperadas del lenguaje, aunque la protagonista esté convencida de que ningún saber habrá de conjurar nuestra extinción. (Roger Koza)