Nadie puede saber qué destino tiene una imagen, incluso aquella que está condenada a su inmediato olvido perpetuo, como sucede con una imagen de archivo que proviene de una cámara de vigilancia. Que un desconocido vecino del distrito de Ramla en el verano de 2006 tuviera una tara con el hecho de tirar piedras a las ventanas del automóvil del padre de Alfajar llevó a que el damnificado dejara grabando diariamente una cámara apuntando a la calle para descubrir al autor de ese acto menor de vandalismo. Tras la muerte del padre, el cineasta palestino se reencuentra con esos materiales, los interviene visual y sonoramente y erige un relato de suspenso extraordinario en el que la memoria familiar se entrecruza con la memoria política y en el que se descubre, en la repetición de los actos cotidianos de un barrio cualquiera, los instantes inesperados en los que el enigma del mundo se enuncia bajo la gramática del azar. La gran fuerza estética de la película reside en la defectuosa calidad del registro, presunta deficiencia trastocada por un concepto plástico de la textura de la imagen que saca provecho de la opacidad de la imagen de video como condición de hermosura y misterio. (Roger Koza)