En algún paraje montañoso del este y sudeste de Turquía, las jóvenes y los jóvenes de la guerrilla del Partido de los Trabajadores de Kurdistán descansan, entrenan, juegan y bailan, y también disparan en la noche en pleno combate; el registro les pertenece, y como contrapartida Hahn introduce algunas secuencias de su autoría en el tramo final en las que se puede observar a cierta distancia a muchos compatriotas de los milicianos que viven en las calles de París y en ocasiones se reúnen en un centro kurdo para perpetuar sus costumbres. El contraste es evidente, también las similitudes, porque la vía pública parisina puede ser más elegante que la aridez de las montañas del Kurdistán turco, pero las condiciones en las que subsisten los inmigrantes no distan en nada respecto de la precariedad y la menesterosidad que definen la vida diaria de los soldados. (Roger Koza)